
Las venas abiertas tras el contacto con los arrecifes, brotan millones de pálidas lucecillas de oxigeno, y el impacto con las viscosas estrellas de mar, la profundidad en nuestros ojos, los poros y nuestras ganas de seguir dándonos besos aguantando la respiración, una escalera de arco iris de sangre, nos lleva a la superficie. Porque aún no era la hora de convertirnos en sirenas. Quizás era necesario, sacrificar antes nuestra naturaleza invisible.
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