Y la somnoliente nube aterrizó, anémica, sobre el diseñador de los encuentros .La conspiración comenzaba a gestarse. Contacto directo, sumidas en sus sueños, todas las flores nocturnas serían teñidas de rojo y los hemisferios cerebrales de dos ingenuos viajeros se paralizarían, ante la resurrección del impulso, al colorear fuera de la línea.
Adelantándose la gran revolución de los niños bautizados debajo del árbol, aquellos cuyo juramento se embriaga prometiéndose la fidelidad de los amaneceres submarinos, de las estaciones donde los animalitos luminosos murmullan lo natural y descongestionante, del tomarse de la mano y nadar, sentirse perdido en medio de la espuma, y precipitarse en la oscuridad, hacia un depósito de cosas nuevas, abandonando las infancias perdidas, las de argumentos diminutos, ruiseñores dormidos, elecciones de añoranza.
Sobre los senderos de papel, vertiginoso, el diseñador de los accidentes breves y sus respectivos besos con hélice, proclamaba la verdad del mirar por la ventana y enamorarte del primer ángel insatisfecho, arrojado hora tras hora, sobre las calles de temprana melancolía.
Y es que todos acá, ángeles de fechas, descripciones, personalizadas instrucciones de uso ,¿cómo te llamas? No, no, no, acá, nada podría desencadenarse a partir de un nombre. La transmisión accidental del mensaje se realizaría en la línea 3, hora de viaje: entre las 12 y las 3 de la tarde, con extraña menor longitud del recorrido, con aparente misteriosa construcción de un instante, a base de un pajarito de cartulina azul, bordes finamente delineados, exactitud, precisión en las alas, debía volar.
Y el hombre de rojo aburrido se inventa un zoológico entero, cada animal con su correspondiente problema de conducta, en la rana se detiene intentando dar continuación a la conversación con su vecina de blanco, ese ser especial que lo tiene tan lleno de inconmensurables palabras bonitas, de esa rápida pérdida de sangre escogiendo un modo para estar juntos, para siempre, siempre, siempre, pero ella embarcada en otro crimen de corazón vacante, necesita ser conducida con violencia por otro ser más desesperado, sostenido horrorizado en la realidad.
Se ha vuelto imposible creer que los caminos se hacen con luz, que los cuerpos suprimen, se adelantan a su conciencia, buscan un hermano entre los impacientes que no se dejan tentar por la soledad.
La mujer de azul, mientras tanto, tiene miedo de llegar tarde. Con la mirada invisible suda y piensa, sin siquiera alterarse por la respiración agitada del hombre esperando terminar el ala izquierda de la nueva criatura, quien debe acompañar inclinada sobre sus piernas a los otros personajes ,llenos de la intención de matar el tiempo.
Helena intenta mantenerse firme, sin ser derrotada por la humedad de un viaje tibio, acompañada de un ejército con fúnebres rostros, mordiéndose el labio o memorizándose la lógica del protagonista que se rompe los huesos, terminando la historia, del libro con las 5 condiciones para alcanzar la felicidad.
Y sucede que ella rozando demoledora la pierna de César, ligera, forzada por el movimiento de sus innobles compañeros de viaje, interrumpe la creación de la única figurita que buscaba el simulacro del ascender entre nubes (que pecan con las manos sucias al devorar la vainilla).
Ella convertida en un completo tomate parpadeante, pide disculpas y comienza a recoger los papelitos.Él le dice que no, que está bien, que tranquila, y las células nerviosas de los tejidos nasales se excitan, envían impulsos al tallo encefálico, sección del cerebro que controla los actos involuntarios, es-torr-nu-daaaaaaaa.
El problema es de ambos, en silencio, la intensidad es insoportable. Ambos ahora libremente eligiendo la tonalidad sanguínea, el mirando al suelo olvidando exuberantes y locuaces palabras, se limita a recuperar el control de la danza las vocales, a, a, a, e, e, disculpa. Ella con expresión eufórica y algo confundida, se apropia del pajarito que ha encontrado al lado del zapato verde. Buen resultado ,¿Y ahora qué?
Que a él lo quema algo.
Es como si levitando a punto de la indiferencia, una imagen se proyecta llamándolo a la superficie, a sellarle la boca, a recordarse siendo, con la capacidad de decirle firmemente.
Él le dice.
Él le dice.
Él le dice.
Ella de naturaleza escurridiza, intenta afrontar el estar encerrada en un cubículo, con este de la mirada que necesita secretos, con ese lunar exagerando lo diferente que parece su rostro. ¿De dónde te conozco? Pareciera que quisiera contradecir al silencio con ese pensamiento, pero se calla.
-¿Por qué no mejor bajarse?¿Vamos a caminar? -.
Dice él.
Dice él.
Helena tiene ganas de cocinar su vinilo, ese de las canciones minimalistas por excelencia.
Lalalala este podría ser el momento, de
Lalalala este podría ser el momento, de