viernes, 19 de febrero de 2010

Los amantes transparentes (prólogo)



Ella había olvidado el sabor de su sangre, un cauce rojo, extendiéndose hasta creer que su corazón necesitaba deliciosos recuerdos coagulando coléricos, en si misma. Donde estas? Se preguntaba. El comenzaba a anhelar que otra u otro, llorasen por el. No me abandones se decían el y ella, con sus juegos de melancolía, juegos de ángeles imprecisos sedientos por zambullirse en la saliva de otro, de un misterio palpable, de una luna pulida por los latidos de un cuerpo dorado. Y es que siempre terminaban llegando adelantados o atrasados, en la comisura de sus ojos microscópicas ampollas humeantes copiaban fantasías de espejos, para hacerles creer, que ella no existía, que el no era mas que un deseo quebrado. Ambos creían en el desconcierto de la piel, en las bocas que arrancaban las espinas. Pero jamás habían rozado al amor, en sus tangentes, en sus verticales y perpendiculares, tan solo carreras de velocidad, donde las liebres eran degolladas por cazadores en la meta, y las tortugas eran aplastadas, cabezas contra el asfalto por muchachos y sus bicicletas de 6 cambios. Se apresuraban, a despreciarse con el parpadeo cotidiano. Ellos sabían que en cuestiones de sístoles y diástoles, la velocidad era un catalizador, y no era un asunto de originalidad, ya se habían inventado toda clase de amores, sin embargo, ellos comprendían que eran solo borradores, y durante toda la noche, aturdidos con el silencio que brotaba, intentaban explicarse el porque aun no sucedía, porque no llegaba el, porque no sospechosa ella se acercaba, insaciables se agarraban a los barrotes de la cama, y suspirando con una punzada en el pecho, se quedaban dormidos, abrazando una ilusiòn lacrimógena.

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