sábado, 2 de abril de 2011

Desmantelar


Al comienzo tuve miedo de tocarla, de con mi torpeza lastimarla, cuando olía su cuello y mis pestañas le hacían pequeños cortes en la oreja. Estaba a punto de acurrucarme, comenzar a temblar y pedirle que se fuese, cuando me abrazó e inmediatamente sentí su encanto devastador. Intentaba quedarme dormida pero era imposible, no cesaba de repetirme: ella es diferente, no la dejes dormir, déjala que se escape en ti y se sienta protegida entre tus dedos. Pero cuando apague la luz, ocurrió lo que temía, llenó de pétalos muertos la cama, deshizo las palabras de afecto, se acabaron los maleficios del deseo y me susurró: nunca llegaré a quererte. Yo le pedí que tuviese piedad, que ya estaba desnuda en su cama, que no quería viajar sola a casa, y comencé a lamerle la oreja. Ella me dijo que la estaba llenando de babas como los suicidas cuando abrazan su última ilusión. Yo le dije que nunca había pensado en la muerte, ella me respondió que la hacía reír, porque lo que más le gustaba de mi, era mi cuerpo muerto, mis labios helados, las fisuras de mi cielo en donde cualquiera podía desenhebrar a los sueños y provocarme nostalgia con mentiras.

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