jueves, 26 de febrero de 2009

la educaciòn de cupido



Desde la república campestre de arena y bicarbonato, adicta a los frutos secos, a la zoología de gelatina,a las faringes de los contrabandistas de flujos y a la soledad constrictora de las criaturas con puntas y fragmentos incompletos. En una caja de galletas, de figuras musicales, un espeso ser soñador asomaba su rostro, intentando adoptar algún canto que la gente de tutu blanco arrojaba a su pequeña caverna de partituras.


Desde su oblicuidad sentimental, deseaba darse un baño con la armadura de hombre, en ese gigantesco paisaje húmedo y cómodo donde estaba prohibido amar, y tocarse.


Apoderándose de una vibración con manchas, inflamado, protuberante, protagonista, para siempre, sentimiento en el dormitorio de dos voraces lechugas, Cupido fue lanzado a tierra, desde ese agujero negro con exceso de indiferencia. Y desde allí, tan solo una noche como extranjero, como paracaidista caníbal de corazones, debía devorarse 3 musas, para despertar travestido en hombre, con su correspondientes excreciones, costras y sangre, o de sus entrañas se alimentaría a los sapos poetas.


Y así fue, despacito con sus instrumentos de percusión y mímica, impregnando de fosforescente y narcótico ritmo, las fantasías sadomasoqistas,la manía de proliferación de los contorsionistas coleccionistas de gemidos. El interior carnoso de los latidos, era succionado, los había de todo tipo: agridulces, con péndulo, con filtro, con independencia, con estética, con principios, disimulados, dilatados, anarquistas, muertos por ahogo, e incluso con abejas, de esos más de una vez sintió escalofríos al incorporar miel a su digestión. Pero el asunto era sencillo, llevaba mil y un intervenciones quirúrgicas, y los demasiado rigidos, crudos músculos, no pertenecían ni siquiera a una intención de musa. Hasta que en un supermercado encontró sustituto de corazón de mujer, con menos calorías y más nutrientes, incluso venía con aderezos y condimento, cocinando esos 3 corazones de sirena, es verdad que adelgazo, pero no sabía que la contraindicación prevalecía al masoquismo de ser un hombre mas, se le olvido seguir en contacto con ese aire de la superficie, y sumergiéndose en la saliva tempestuosa de sí mismo, se estremeció y agito, aquí abajo no existían victimas, no se aspiraba pegamento, los secretos revoloteaban convertidos en intimidad porque los sueños no se centrifugaban entre alientos contenidos, la fiebre de ese submundo, no estaba hecha para un espectador espacial como él, con ansias de besos decadentes, de perversiones cromáticas

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