No he dormido bien, cada vez siento que me abandono a una esperanza cotidiana, a una palabra en llamas, a la que nunca he sido invitada, a la voz del visitante, asistiendo a mis dudas, a mis visiones, a los ármonicos que condicionan nuestros corazones sobre la mesa. Ya nadie puede apartarme de ese camino, es como si tuviera un téstigo permanente, lacerante, del que recuerdo su forma, pero su silueta impasible me hace palidecer como si hubiera muerto hace muchos años y el se hubiese hecho cargo de todas las mentiras, de las costumbres, deletreándose cada estación invernal, con su lengua abierta, manchando de gotitas de sangre, de ilusiones inocentes, a todos aquellos a los que amo.
Y el caminante tan sólo se dedica a perder la fe, en lo que descubrimos juntos,en las horas mudas, donde un pétalo que caía lo era todo. Cada noche, me encuentro con el, desfigurandonos, siempre complices, a la misma hora, y el me cuenta que se cree enamorado, y yo me rio, y me pide que lo toque, pero su piel es sustituida inmediatamente por una capa desigual de pulgas que me saltan, y me susurran enfadadas, abandona tu castillo, pero es que me siento tan a gusto allí, tan protegida de lo que podrias llegar a ser, si me acercara a ti, después del reflejo de luna.
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