domingo, 5 de julio de 2009

Puerta de madera con




Estas atenta a la iluminación, a la proximidad fulminante de cada rayo, de cada trozo, de los simulacros sucesivos, de la luz, en nuestros rostros, visitas de los relámpagos, de las corrientes de aire, velas, millones de velas, que le tengo miedo a la oscuridad, ya sabes. Optas sin vacilación, por un piso orientado al sur, organizando previamente cada flor, para que cada hora, retenida en alguna expresión de sus pétalos, los tonos cálidos, maduren. Te provoca un extraño frenesí, que cada mañana, se encienda la memoria, ligera te bañas y cubierta de espuma, juegas desde el balcón a estudiar las nuevas formas de nube, que creas con paciencia, convertido tu aliento, en su columna perfumada, en la intención de delito, y la nubecita cae, por temor al frio, sobre la calvicie, sobre un brazo, cuello, en fin, sobre otro muchacho desconocido. Aquí no hay más monstruos, me dices, levántate ya, pero es que la noche me ocurre, sin elección, a una velocidad, que sin duda me oprime, y cuando amanece ya ni me entero. (Seguía soñando como las nubes, impedían que las sombras de los cuerpos se tocasen, en lo alto de una escalera, dos seres, imaginaban a la lluvia, y se lavaban cada uno, las espaldas, era un sueño muy solemne, también algo trágico, te pediría me lo explicaras, encontrarle algún significado)


Y con los ojos entreabiertos, lo que me murmuras deriva en tu boca, y te miro, y el laberinto de sonetos se recrea, bebiendo de ti, de tu exactitud desatando lazos, de las numerosas tachaduras a tus sueños, de tu cuello, de la mirada inadmisible, de tu orgullo. Esta mañana, decidiste irte a la habitación contigua, yo he decidido incendiar el piso, sus ventanas y puertas, deformaban la luz.

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