lunes, 3 de agosto de 2009

la esclavitud de los cisnes


La ciudad entreabierta quedaba atrás, centenares de personas se rozaban, se robaban mutuamente el aire, se preparaban para la noche y corriendo inundadas por una extraña invitación a la inmovilidad, se arrojaban contra los cojines roídos, de cada vagón numerado.

En el mío, 5 habitantes, 5 especimenes acuosos, premiados por la certidumbre, por la carencia de una columna silvestre, evolucionando hacía una intención que los dividía.

“En este viaje, la sangre se corta, sin detenerte, debes esperar, sin mostrarte indiferente, debes aceptar el desgarro de tu cuerpo, la reacción de tu boca, de los sentidos malheridos al despojarte de todo lo que te es suficiente”

Dijo mi amigo, el de argumentos en las peores condiciones.

“Recuérdame llevar al menos, algún objeto esférico, algún salmo que me recuerde aquello en lo que creía, una necesaria maquina de metal que afirme las superficies que me perforaban, un recipiente que conserve las proporciones de polen que hacen consonancia con mi corazón y no lo desligan de su pulso quebrado. Pero por sobretodas las cosas no dejes que olvide, mi indestructible, compás afinador, el unico capaz de dibujar trayectorias inmutables. Ya sabes que necesito de todos estos objetos, es evidente que sin ellos, ella no me encontrara, y eso me aterra”

Le dije

Nunca he sabido preparar muy bien una maleta antes de partir, así que he comenzado este invierno, abriendo una maleta llena de humo, sin ninguno de los elementos que constituyen mi baúl de defensas. Hace frío. No puedo descuidarme, a mi izquierda y derecha intercambian historias defectuosas, conocimientos delicados. Es increíble el parentesco con esos otros seres, los cisnes del fango, del cuento del piloto, ese que se me de memoria. La esclavitud de los cisnes a sus sonidos, a sus propias luces.

Suenan campanas, el abatimiento cae sobre ellos, mis compañeros de vagón, con una sonrisa centellante, abren sus maletas y sacan espejos, cada uno intenta tocar su reflejo pestilente, ellos mismos se otorgan una compañía segura, una noche donde su lengua sólo toca mojada sus dedos ásperos, sus uñas calientes.

El insomnio llega triunfante, esos cisnes silbantes exponen sus peores hedores, los amantes a mi derecha, abrazados por la cintura cocinándose en sudores, esos eran los carniceros de mi cuento, les borraban a los cisnes sus movimientos, las vibraciones de sus latidos, de cuando se elevaban hasta la transparencia y eran la noche, el día, eran el canto de los pastores de rosas sumergidas.


Los tres restantes, tripulantes, cisnes, en su mundo de estímulos, de recompensas, la mujer con nariz extraña, de vestido corto de puntitos negros, de sonrisa infantil:

Cisne ciego: Buscando siempre, la demostración, la convicción de que su pensamiento estricto, se aplica a cualquiera; no te ates a la lluvia, no pruebes las espinas, nunca te dejes a la intemperie clavar un beso indefenso, nunca profundices en las aguas que lavan tu follaje las que te recuerdan que también puedes cortar pétalos, sangrar, querer.

La mujer, rubia, con una belleza, que me dejaba muda, y sus ojos, de esos que te asustan:

Cisne Instrumento: Esperando, siempre, esperando, a que un abrazo la consuma, a que un pescador de estrellas, y sus cuchillos de hielo, la desfigure y preservándola en una caja de vidrio azucarado, le diga todas las noches, nunca te dejaré, el amor es de cortafuegos, ya mañana tu corazón tendrá otra grieta, otro cumpleaños que pasas siendo mi muñeca, jugando con la inercia”

Y la última, con la mirada inquieta, de pelo rojo, sonriendo como si hubiera hecho algo malo:

Cisne sin rumbo: El más esclavo de todos, a las camas frágiles, a los finales bruscos, repentinos, a las sorpresas teñidas, por un cielo limpio, fijo. A introducir en sus pulmones, elásticas millones de ilusiones, el que siempre vuela, pero nunca se ha dado cuenta que lo hace con una bolsa de plástico cubriendo su cabeza, su fe, sus entrañas, los hilos que tensados provocan su música favorita, y ansioso recorre de prisa, el ruido que choca contra su rostro, mordiéndose los labios, sangra, se precipita, hacia lo que cree es la luz, entonces cae, contándose nuevamente otro plan para tocar el sol, sin quebrarse la nuca, contra el castillo de la princesa, contra la modelada figura de miel, que sostenia el sol de cerámica.

Todos estos cisnes, locutores somnolientos, filtrándose en mi pasado, me hacían volver a sentir a esas mujeres del demasiado tarde. Me comienza a dar nausea, este torbellino de recuerdos deshabitados de muecas cuidadosas, en cualquier momento comenzaré a vomitar ojos brillantes, los de todas ellas, ojos claros en la mayoría de los casos, claustrofóbicos, llenos de experimentadas manías inventadas, ya no quiero morderte mujer de cristal, para sentir que eres real, que me cortas, nunca lo son las mujeres que inhalan las verdades repetidas, los cisnes que arrancan las válvulas en donde se crían las mariposas con amnesia. Salgo de mi vagón, la reverberación de las voces y la sobriedad de sus sueños, del escuchar a esos mismos discursos otra vez, me irrita, y me dirijo hacia esa puerta que llama, parece como si todos la hubieran olvidado por completo, el perfecto escondite, transportando cómodamente, a un pasajero como yo, que hasta ahora esta aprendiendo a darle puntualidad a sus sentimientos, a dejar de insistir en los labios en alquiler, a entender que no sabe amar, porque se a hartado de comer confeti, en humedecer su óptica y creer que todas al amanecer te continúan queriendo.

Abro la puerta, una lámpara azul, el sonido de una cámara fotográfica, el gatillo, el sonido exacto, en donde la imagen queda grabada, una chica de espaldas, sin moverse, ella continua fotografiando, el horizonte, la luna, la maquinaria del cielo.

Le toco su hombro derecho, ella se da vuelta, tiene tres plumas en su mano, es el cisne! Del rocío, al que se le caen las plumas cada temporada al alba, cambiando de color. El que mastica al universo y escupe nubes, el que nunca fue esclavo del parpadeo celeste. Al que solo el piloto reconocería porque una noche corta, el tajo, la herida de la velocidad de sus vuelos, lo llevaría a ese ser incorregible, acróbata de armonías.

El cisne acaba de atravesar la ventana sin el mejor rasguño, el piloto también salta. Se ve a lo lejos, ligeros pero rabiosos destellos.

FIN

Porque siempre he creído en los cuentos con ilustraciones a color, ella abre la ventana, y yo estoy dispuesta a aprender una nueva lengua, a viajar hasta el último lugar inventado, separado del cuerpo, donde las almas son la gasolina del bosque en llamas…


Continuara

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores