domingo, 23 de agosto de 2009

Well, This, Is Strange


Ella esta esperando mojarse bajo la ducha, gira la llave, toca el agua, aguanta la respiración, un pequeño segundo, espera a que este algo tibia, a que su piel le tenga confianza, a que deje su estampa. Y con la cabeza inclinada, sentada en el rinconcito donde el jabón no la hace resbalar, con la mirada impasible, se abraza las piernas, se deja lavar la parte trasera de su espíritu, la hostilidad del no entenderse, debe limpiar el inodoro de sus sueños, ella misma. Lo torpe que le ha resultado el aceptarse, el quererse, quererse mucho, y arrebatarse otro día siendo capaz de que su cuerpo, lo esconda todo. Ella espera, terminar con su intranquilidad, como cuando era niña y se olvidaba de sus tristezas jugando horas y horas, a entre lágrimas, en una angosta calle, saltar sobre los charquitos de fango y escupitajos, de la belleza un poco confusa: de su reflejo en el agua. Y el fondo se movía, y ella saltaba y se aplastaba, se mojaba. Sus calcetines húmedos, sucios, y sus zapatos hacían el amor con su otra boca, la que se dibujaba en el suelo. Burbujeaban sus ojos, y nuevamente, rehusándose a terminar, saltaba en el siguiente, hasta completar de intercambiar recuerdos, con su espejo rabioso de combate, de raíces que se abrían en los poros del agua.

Una vez me contaron la historia del nacimiento de una laguna, en cuyo fondo se encontraban los más bonitos y oscuros tesoros. Decían que se había formado, al caer un meteorito, se había estrellado, y el granizo, las nubes, le habían hecho el favor de secarlo con tiempo y gotas, lo habían apagado, lo habían ahogado. Supongo que todos esos pozos, esos pequeños círculos llenos de aliento liquido, para esa niña, constituían una sensible venganza, hacia todos esos adultos que la amenazaban con crecer siendo la mujer ideal, la inútil sumergida en una vida de halagos, de rostros heridos rozando su sexo, encarnándose como moscas a los dolores que dejaba, el espanto de la transformación, los senos creciendo, las caderas preparándose para albergar indicios. Y no, ya no puedes jugar desnuda con tu hermanito. La niña, intentaba no escucharlos, trepaba el árbol y en la copa de este, en su casita, sin muñecas, se decía que le habría gustado tener el pelo verde, odiaba los gatos, quería inventar algo, aún no sabía que, pero que pudiera hacerla respirar, bajo el agua, e hiciera mucho ruido. Quería un nuevo techo, para su hogar, algo como un celofán color sangre y colgarle algo, laminillas de caballos o peces. El tener un refugio, el cual decorar, triturar, probar, le concedía una dicha imperturbable. Pero el árbol, se ha talado, la casita arrastrada por el viento, y ella ahora, esperando que su compañera de piso, no viniera a tocar la puerta, a interrumpir su charla, con ella-niña, la que olvida, la que no se quedaba dormida deseando tanto, y estrechaba su cuerpo contra el muñequito que si le apretabas el ombligo cantaba.

La mujer no es adulta, ni es niña, esta en la estación donde eres cualquier cosa, pero ansias una determinada altura, midiéndote con el cielo. Multiplicidad de vidas, amantes inquietos, escapar corriendo.

Ella se ha terminado de duchar, no puede decirse que haya cambiado mucho, puede que huela mejor, lo que si, es que al menos, ya no se mueve tanto por ese sadismo inextinguible, por la pregunta enferma:

Cuanto tiempo más, estarás conmigo? Iras a dejarme? Te aburrirás?

Preguntas, que me niego a hacerte, por denotar necesidad, y parecer encantada.

Mmmm

Le dejaré a la niña, jugar a la gallina ciega y si ha de chocar, que se reviente todos los huesos, que se corte, que se haga moretones del tamaño de tus ojos, que se deje tejer las manos a tu pecho, que su cerebro abierto sea comida para ayudar a las respuestas de tu examen del martes. Porque la mujer se asusta más que la niña, de los primeros pasos, de que los actos solitarios se puedan realizar ahora con otra terrorista sónica, otra suicida marciana, de que me puedo acomodar entre tus piernas y probar que el muñequito que cantaba, ahora es una saltarina mujer, que si te toca, si incursiona en tu ombligo, o lo que quiera, te hace cantar, pero de esa manera, en la que deliras, y te descuidas.

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