lunes, 31 de agosto de 2009

fenómeno de ventosa


Le han roto el corazón, dijo parpadeando el jefe con su casco rojo sumido en la penumbra. Hemos estudiado el caso y aunque desconfiábamos perplejos de este resultado, cuando acercas tus yemas, e introduces tu índice derecho en la superficie áspera, esta la que la impresión de haber sido picada por una avispa con furia, los contornos se erizan, y el paciente pierde por completo la compostura, sin duda alguna experimenta un trecho difícil. Cobra un aire infantil, cada siete segundos presenta dificultades al respirar, y empieza a oler como si evocara a la fatiga, a las nostalgias encapsuladas y sus motas de aire. Cuando apagas la luz, es como si se hubiera rociado por sonrisas de agua, se mueve y suda, suda, recuerda y llora, como despidiéndose de sentimientos, pequeñas olas de miel, buceadoras inevitables, de sus palpitaciones como inmersiones.


Que se hace en esta situación, pregunte?

Dando crédito a la veracidad de su respuesta, con mi libro de tupidas anotaciones azules.

Sacrificarlo para evitar el contagio? O estimularlo para que considere el prescindir de esa invitación silenciosa: la que realiza ese otro corazón arremolinado que regresa y su lengua, que permanece callada, pero entusiasta humedece el bosquecillo de nuestro paciente y su corazón depredador, rama por rama, mece los frutos, y las raíces comienzan a salir por sus ojos.

Ninguna de las dos soluciones es la correcta, dijo con aspecto severo el jefe. Con vergüenza agache la cabeza. El se acerco y me hizo palpar las partes enrojecidas, dispersas en la mesa de operaciones.


Lo importante en este momento, es identificar de que manera se ha roto, como puedes ver, ahora pareciese que viésemos 2 islas, pero debes entender que no es así, a su alrededor flotan millones de minúsculas delgadas piececillas, es a esas las que debemos intentar encajar. El secreto es eliminar las piedras, bajo la sangre parecen ser partes del corazón, pero son diez veces menos resplandecientes, inútiles, tempranas, no reaccionan ante el fuego, y se deshacen al contacto, como el algodón de azúcar. Sostén cada parte en tu mano y ve armando cada latido, sin interrumpir la silueta, debe continuar roto, pero sus dos partes enorgullecerse por tener un destello singular, metálico. Así lo hice, siguiente paso, sacrificar la figura que se ruboriza y no brillaba y engulléndola, desperté cubierta de algas, sobre la orilla, abrazando una cajita de madera, al abrirla: el manual que me llevaba a ti, completamente mojado, lleno de hongos, en algún lugar, donde se podía gritar al mar, ya no me acordaba ni de cómo te llamabas.

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