viernes, 11 de diciembre de 2009

Manifiesto de la tristeza, cuento corto.




Primero he roto el tocadiscos, para posteriormente detenerme en el fragmento en donde debería sonar o sonó, la parte de la canción en que tomadas de la mano, intentábamos bailar sin pensar en ello, y no nos decíamos nada, porque no teníamos nada que decirnos. Voy a encender la luz, y quedarme dormida así, porque no me lo puedes impedir, esta noche no quiero imaginarme que personas como tu, se van, llegan, se van, y ya está. Que no te puedo abrazar, que simplemente desapareces, y yo elijo que las lagrimas ahora, me cuidaran mejor. En tu ausencia cualquier roce significaba tanto para mí, porque entreabiertos con sus huesos suplicando que vuelvas, cada uno de ellos me prometía: las almas se encienden en el momento oportuno y no tienes que forzarlo. Pero es que me pasa, que a la mitad de la calle, a la mitad de mi siesta, o cuando mi bici esta apunto de ser arrollada por evitar las señales, me sonríes a borbotones rojos sobre el papel de mi memoria. Hoy me resigno a que mis ojos se vuelvan pequeños pozos perfectos de hielo, donde patinadores desnudos forjan las nuevas miradas. Porque ya estoy olvidando. Y es que la canción ahora ya nadie la escucha.

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