lunes, 19 de julio de 2010

Y si la ignoro puede que se vaya




A seguía siendo la alternativa para amontonar la sangre en la oscuridad, para enchufarme a su gemido disonante que creía provocaba luz. A con su rutina de ilusionista, yo con la rutina del whiskey y la existencia. A nunca fue mala, nunca quiso vendarme los ojos, fui yo el viajero extrañando prostituirme si ella me contaba que también le aterrorizaba el transcurrir en las orgias del mismo color. A creí podría convertirse en un papel reciclado, donde dibujar otro escenario, otra mentira. Pero vamos, que no fue así, me propuse olvidar su sonrisa, recuperar la dignidad, y fue por A en su túnel que se derrumbaba, no podía ser en otro sitio, que conocí a la mujer, olvide las pupilas de la niña. La mujer era ensordecedora, sus besos no pesaban ni la cuarta parte del cuerpo ausente de la niña, la mujer me consolaba, avanzaba hacia mí, yo sólo le daba gracias, y no guardaría la llave de la habitación, sabía que era un ángel, que había llegado en el preciso momento, en que la niña yo creía se pintaría las uñas, para siempre con el anhelo que derramaban mis ojos que la desnudaron. La niña A, me permitió conocer a la mujer, y es por eso que creo, que continuamente se reinventan los lazos, la circulación en tu pecho cambia de volumen, no hay predicciones, sólo delirios, sólo agujeros en las tristezas, nacimientos en las miradas.

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