miércoles, 6 de enero de 2010

La adición


Recuerdo que no podía escribir bien la A: redondita agresora dispuesta a humillarme en la tarea de aprender a escribir las vocales y llore de manera súbita y espontánea , intentando destruirle. Algo de culpa tenia el ogro y sus graznidos, mi profesora, forzaba mis manos a excluir el incorporarle antenas y patas, a esa minúscula letra vociferante enemiga. Pero me han cambiado de profesora, a la de mi hermano, vaticinando mi logro absoluto con la a, y el resto de sus semejantes, y me he ganado incluso un sello con una ramita azulada. Aprendí, la obligación al elegir que aprender, y las matemáticas, y la religión, y los descubrimientos del tercer tipo: los besos, la separación, la metamorfosis de tres cabezas del corazón cuando combate raptando colores.

Pero es verdad, pocas veces me he sentido tan analfabeta, tan ingenua, no se quererte, ese es mi problema, la situación inicial es la siguiente: no te espere, no te busque, no me esperabas, no me buscabas, es cierto para que sea una de esas historias románticas, buah!, una de las dos debía aparecerse en el camino hostil de la otra, pero no fue así, simplemente fuimos, somos una posibilidad, una importante consecuencia del decidir debíamos mirarnos, con la respectiva marca sangrienta, mirarnos fijo a los ojos, sin pestañar. Y el rebaño de sentimientos que no sentía por ti, orgullosos se atrevieron a inacabados temblar con tu respiración. Ya lo se, mi manía por el movimiento del agua, de cómo una piedrecilla arrojada al pozo, mi deseo constante, ondulante en ti, se propaga, como un himno mordiéndote la lengua.

Pero es eso, ahora, en este precioso momento, no sé que hacer, quiero quererte, pero no de mi modo, quiero conocerte sin pretensiones, sin empeñarme a estudiarte y esforzarme por entenderte.

Me encanta el verme aprendiendo el reconocer a lo que suenas, cuando te mueves en la oscuridad, y te acercas, y comenzamos a reñir por el último trozo de chocolate sin almendras. Aprendo más de eso, que de la niña que nunca se equivoca con la tonelada de sus libros de poesía clásica, intentando encontrar un lenguaje para como hablarme, y me cita a Proust, neurótica como Dostoviesky antes de dormir. Tu al contrario, te acercas, a invitarme a jugar, a ser peces, conejos, y yo quiero también fascinarte rugiéndote mis fantasías, murmurándote como es que se secan las lágrimas. Y saltamos sobre todos los compases de las notas, del xilófono más dulce. Así que ya sabes, me despojo de todo lo que me esconde de ti, ahora te miro y aprendo. Ya podemos arrojarnos al mar.

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