viernes, 11 de septiembre de 2009

Redondas por abajo y puntiagudas por arriba




Día de tormenta, tengo la excusa de acercarme a ti, soy egoísta, date prisa, nos encontramos cara a cara, boca-silencio-méteme la lengua, virgen invernal, en nuestro acuario comunitario. Algún dolor preguntas?, se oían disparos-flotan frutos primitivos de agua y sal, en mi pecho. Me prometes, volveremos a vernos, fluctuante-con las pupilas abiertas, y yo exagero, comienzo a beberte, a dejarte blanca, tus vórtices efímeros se funden, se retuercen en mi ombligo, en mis parpados-aletas, somos recipientes de besos azules, como errantes fármacos anestésicos, para una agonizante anatomía de especies en extinción. Estoy bien, continúa, acumulas tu saliva y la dejas escapar despacio, en el espacio intercostal donde –el nosotros- palpitó y se hizo negro, cada vez más negro, profundo, ceniza crepuscular antes de que lleguen los oscuros caballitos de mar a entrenarnos en su velocidad. Transcurrimos pulsándonos ocasionalmente, nuestros cuerpos castigados por flechas de nieve. Y yo me enamoro de tu sangre y su escarcha. Temperaturas muy bajas, agujas, laminas, granos de hielo, las moléculas y sus sonidos reversibles, contra un vidrio, el cielo se comienza a derretir, este invierno me he vuelto a enamorar de la lluvia y lo incierto.

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